martes, 28 de enero de 2014

¡MIGUELÓN!: 1992 (I)

Después de un largo parón, retomo la actividad en el blog para continuar con una saga de entradas que tengo pendiente: los cinco Tours ganados por Miguel Indurain. En julio os hablé del primero de ellos, y ahora vamos a analizar el de 1992, seguramente el más recordado de todos gracias a dos míticas etapas que tuvieron lugar en el mismo: la contrarreloj de Luxemburgo, en la que Indurain destrozó a todos sus rivales con unas diferencias brutales; y la etapa de montaña con final en Sestrieres, de una dureza extrema y con un memorable duelo en los últimos kilómetros entre el primero y el segundo de la clasificación final.

La imagen resume el Tour del 92 a la perfección: Indurain, en cabeza; por detrás Chiapucci, el único que realmente presentó batalla

 
Pero comencemos por el principio. A la edición de 1992 se llegaba con un favorito claro en las apuestas, y ese no era otro que Miguel Indurain, corredor del Banesto.Y no solo por la solvente victoria obtenida en la edición anterior, también tenía mucho que ver su éxito esa misma temporada en el Giro. En las carreteras italianas, Miguel había obtenido el primer triunfo en la general final de esta prueba para un corredor español, y lo había hecho a su estilo: superando de forma aplastante a sus rivales. Fue líder de la clasificación en 20 de los 22 días de competición; aventajó en más de 5 minutos al segundo, Claudio Chiapucci; y remató su excelente participación obteniendo una gran victoria en la última crono, en la que llegó a doblar al propio Chiapucci, a pesar de que este había salido tres minutos antes. Su gran Giro sólo generaba una pequeña duda: ¿pagaría el esfuerzo de la competición italiana en el Tour, teniendo en cuenta que entre el final de una prueba y el comienzo de la otra sólo habían transcurrido 19 días?

Pocos se atrevían a señalar a otros posibles favoritos al mismo nivel. Quizás el más peligroso de antemano era Gianni Bugno, segundo en 1991 y que aquel año había renunciado a participar en el Giro para preparar en exclusiva la ronda francesa. Además su equipo, el Gatorade, había formado un potente bloque, con corredores como Fignon, Ruiz Cabestany, Scirea o Rondón, cuya principal tarea iba a ser ayudar a Bugno a conseguir el maillot amarillo. Parecía el corredor con más opciones de plantear batalla, aunque él se desmarcaba de esta afirmación: "No soy un favorito de primera fila. Ahí están Indurain, Breukink y LeMond. En segunda fila estamos yo y todos los demás".

Gianni Bugno diseñó toda su temporada pensando en el Tour, pero no logró estar a la altura de lo esperado

 
También un italiano, Claudio Chiappucci, parecía el otro hombre a vigilar muy de cerca. Bueno, eso suponiendo que fuera posible vigilarle, dados los constantes ataques que ejecutaba el corredor del Carrera en cualquier terreno. De nuevo en este caso su equipo se había reforzado con  un gregario de lujo, el irlandés Stephen Roche, un corredor que podía ser tanto un apoyo para Chiapucci como una alternativa para la general si "el Diablo" pinchaba. Analizandolo con detenimiento, lo cierto era que Indurain se había mostrado claramente superior a Claudio pocas semanas antes en el Giro, pero el estilo agresivo del ciclista del Carrera era un incordio para alguien como Miguel, al que le gustaba tener todos los detalles de la carrera bajo control.

De los demás se esperaba aún menos competencia. Seguramente por su palmarés aún figuraba en algunas apuestas Greg LeMond, que llegaba como jefe de filas del Z y que desde hacía dos años no había obtenido triunfos relevantes. Tampoco había caído en el olvido Erik Breukink, el excelente contrarrelojista holandés que regresaba al Tour después del extraño abandono protagonizado por él y por todo su equipo en la edición anterior. E incluso había gente que señalaba a Pedro Delgado como un tapado a tener en cuenta, dado que todo el mundo estaría pendiente de Miguel; no obstante el segoviano (que venía de hacer tercero en la Vuelta a España) se había apresurado a descartarse como un candidato al triunfo final, asegurando que su papel en este Tour iba a ser ayudar a Indurain.

Indurain y el Banesto al frente del pelotón. El equipo acudió al Tour con un objetivo único y claro: el maillot amarillo

 
La edición de 1992 del Tour de Francia presentaba dos detalles novedosos en la competición: primero, la prueba transcurriría por las carreteras de hasta siete países (España, Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Alemania, Italia y obviamente Francia) de la entonces Comunidad Económica Europea y hoy Unión Europea, en un intento de realizar un pequeño homenaje al establecimiento de la libre circulación de personas, bienes y mercancías en el seno de esta organización. Segundo, no habría etapas pirenaicas por primera vez desde 1910, lo que limitaría la alta montaña a tres etapas alpinas, dos de ellas de enorme dureza. A pesar de la presencia de una larga contrarreloj por equipos (disciplina en la que Banesto no se defendía demasiado bien), la reducción de oportunidades para los escaladores y los 137 kilómetros de contrarreloj individual hacían pensar que el recorrido se ajustaba bien a las características de Indurain, que además iniciaría el Tour casi desde su casa, puesto que el prólogo se disputaba en San Sebastián.

Y desde el propio prólogo, celebrado el 4 de julio, Miguel demostró que había ido a ganar, obteniendo el maillot amarillo ante un público entregado tras realizar los 8 kilómetros en 9'22''. Lógicamente, las diferencias eran pequeñas (12 segundos a Bugno, 14 a LeMond y Breukink, 30 a Chiapucci); pero suponía un aviso en toda regla a aquellos que pretendían hacerle sombra. El primer asalto de la carrera se decidía a favor del navarro.

Indurain luciendo el maillot amarillo tras imponerse en el prólogo

Sin embargo, tanto Echavarri como Indurain tenían claro que no habían ido al Tour a pasear el maillot amarillo por siete países distintos, sino para lucirlo en París. De ahí que el Banesto no pusiera excesivo celo en defender la preciada prenda, que cambió de manos al día siguiente. El nuevo líder era un joven y casi desconocido (por entonces) Alex Zulle, que alcanzó el primer puesto gracias a las bonificaciones en una etapa que ganó el francés Dominique Arnould y en la que Chioccioli, Bugno y Leblanc pusieron a prueba a Miguel en las ascensión al Jaizkibel; el navarro respondió con facilidad al ataque en una etapa en la que empezó a vislumbrarse que los primeros días del Tour iban a ser moviditos.

De hecho, fueron tan moviditos que hubo que esperar hasta la etapa 10 para que se produjera un sprint masivo. En la segunda jornada, con final en Pau, vimos de nuevo una fuga que supuso la victoria de etapa para el español Javier Murguialday y un nuevo cambio al frente de la clasificación, que pasó a ser liderada por un jovencísimo Richard Virenque. Y al día siguiente, aunque se llegaba a Burdeos y previamente se daba por hecho la típica llegada controlada por el pelotón, más de lo mismo: una fuga de diez corredores acabó con el triunfo de Rob Harmeling del TVM, y con un nuevo líder, el francés Pascal Lino, que aventajaba en más de seis minutos a Indurain. Cuatro días y cuatro líderes distintos, aunque la excelente ventaja que había acumulado el francés del RMO sirvió para que frenara aquel carrusel de cambios al frente de la general. Lino aguantó el maillot amarillo 10 días, mucho más de lo que en principio podía pensarse...

Lino de amarillo, Jalabert con el jersey verde y Virenque con el maillot a topos de la montaña. Los dos últimos empezaban a destacar en el panorama ciclista internacional

La cuarta etapa era la temida contrarreloj por equipos, que al final no deparó ninguna diferencia decisiva para Indurain: aunque se perdió tiempo con el Carrera de Chiapucci, el Gatorade de Bugno y el Z de LeMond, y aunque los dos italianos adelantaron a Miguel en la general, se cumplió el objetivo de Banesto de no ceder más de un minuto con ningún conjunto. Incluso se obtuvo algunos segudos de ventaja con el PDM de un Erik Breukink que apenas iba a dejarse ver en todo el Tour. El triunfo fue para el Panasonic, un conjunto que contaba con excelentes rodadores como Maurizio Fondriest o Viatcheslav Ekimov.

 Peor fue el balance de los días con final en Bélgica y Holanda: en la sexta jornada, con final en Bruselas, en un día con lluvia y algunos tramos del siempre temido pavés, LeMond y Chiapucci cazaron la escapada buena y se presentaron en meta con 1'21" de ventaja sobre el resto de favoritos, aunque no pudieron tumbar en el sprint final a un todavía poco conocido Laurent Jalabert. Al día siguiente, con llegada a Valkenburg, era Stephen Roche quien se colaba en la fuga clave y sacaba un minuto al gran pelotón, colocándose cuarto en la general. Indurain ocupaba ya la décima plaza, a 5'33'' de Pascal Lino (que hasta el momento aguantaba sin dificultades) y con cuatro rivales peligrosos por delante de él en la general.

Chiapucci, LeMond, Jalabert y Holm, protagonistas de la fuga buena en la etapa co final en Bruselas

 
En esta tesitura, y tras la intrascendente etapa que finalizó en Alemania (con triunfo del belga Jans Nevens), se llegó a la contrarreloj de Luxemburgo: 65 kilómetros eminentemente llanos, con algunas pequeñas subidas y un tramo (cortito) de adoquines. Hasta ese momento, Indurain se había mostrado reservado y conservador, pero aquel día ya no valían las especulaciones: era su terreno, era el máximo favorito y debía demostrar su condición de líder del pelotón si no quería que todos sus rivales empezaran a perderle el respeto. Aquel día, Miguel tomó la salida con las ideas muy claras: había que volar sobre el asfalto.

Una hora, decinueve minutos y treinta segundos más tarde de tomar la salida, quedó claro que Indurain había volado. En la que seguramente es su contrarreloj más memorable, el navarro reventó el crono, logrando situarse segundo en la general y endosando unas diferencias históricas a sus rivales: 3'00'' a Armand de las Cuevas, su compañero de equipo y segundo en aquella etapa; 3'41'' a Bugno; 4'04'' a LeMond, 4'06'' al líder Pascal Lino (a pesar de la diferencia, enorme también la etapa del joven corredor del RMO); 4'10'' a Roche; 4'29'' a Zulle; 4,52" a Pedro Delgado; 5'26'' a Chiapucci; 6'01'' a Fignon; y 6'15'' a Breukink. Todos ellos corredores de primer nivel, todos ellos superados aquel día por una espectacular bala humana.

La portada del diario Marca el día siguiente a la crono de Luxemburgo. Las explicaciones son innecesarias

 
Las reacciones a la exhibición de Miguel no se hicieron esperar. La mayoría de sus rivales se debatían entre el asombro y la resignación: "Nunca he sufrido tanto en una bicicleta. Yo dí todo lo que tenía y aún así Indurain me ha sacado cuatro minutos" comentaba el aún maillot amarillo Lino; "Cuando me ha adelantado yo iba a 60 kilómetros por hora. Al final he conseguido seguirle un rato, pero eso es todo lo que he podido hacer" aseguraba Laurent Fignon; "El Miguel de hoy no era un avión, era un cohete" dijo un Chiapucci que quedaba a más de tres minutos en la general; "Vistas como están las cosas, habrá que comenzar a pensar en luchar por el segundo puesto" declaraba un cariacontecido Gianni Bugno, que empezaba a vislumbrar como su renuncia al Giro no iba a servirle de mucho. El director de Banesto, Jose Miguel Echávarri se mostraba categórico: "Indurain debe atacar en las contrarrelojes porque es su terreno, y no bajando, con lluvia o en el pavés (...) El Tour realmente ha empezado ahora"

Situado ya en la segunda plaza, a 1:27 del líder y con una buena ventaja sobre sus principales competidores (el más cercano era Stephen Roche a 2:48), el siguiente movimiento de Miguel era esperar la oportunidad propicia para recuperar la primera plaza de la general. El enorme colchón que tenía Pascal Lino se había visto mermado drásticamente, y todos los expertos estaban de acuerdo en que difícilmente pasaría de los Alpes con el maillot amarillo sobre su espalda...

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