Soy consciente de que
si hay un deporte cuya imagen se ha deteriorado en los últimos años, ese es el
ciclismo. La aún reciente confesión de dopaje por parte de Lance Armstrong ha
sido la traca final para una disciplina que desde hace tiempo se ha visto
dañada por toda clase de sanciones, investigaciones y acusaciones.
No obstante, es uno de
los deportes que he seguido con más interés a lo largo de mi vida, y por mucho
descrédito que sufra hoy día quiero que forme parte de este blog. Por ello le
dedico esta entrada, protagonizada por un ciclista con un expediente limpio,
Greg LeMond, y en la que hablaré de la etapa final de uno de los Tours más
emocionantes de la historia: el de 1989. Un Tour que se decidió por tan solo 8
segundos, la diferencia final más pequeña de todos los tiempos, entre el
corredor americano y el francés Laurent Fignon.
Las opciones que se
daban a ambos corredores antes del inicio de la ronda gala eran claramente
dispares. Fignon, después de varios años con problemas físicos se presentaba
repleto de moral tras haber ganado el reciente Giro de Italia. Su equipo, el
Super U, estaba constituido por gregarios cuya misión principal iba a ser
facilitar a su líder su tercera victoria en el Tour, algo que ya había logrado
en el 83 y en el 84.
LeMond era la otra cara
de la moneda. Tras situarse en la cima del ciclismo con su victoria en el Tour
del 86, en abril de 1987 había sufrido un terrible accidente de caza cuyas secuelas
le habían impedido participar en las dos últimas ediciones. En aquel Tour del
89 se presentó como parte de un equipo modesto, el ADR belga (los grandes
equipos no confiaron en que volviera a ser un ciclista de primer nivel), en el
cual el principal objetivo era obtener victorias a través de su sprinter, el
belga Eddy Planckaert. De LeMond, que venía de ocupar el puesto 39º en el Giro
que había ganado Fignon, se esperaba lo justito.
Sin embargo, había
alguien dentro del mundo del ciclismo que tenía una visión muy diferente de la
situación: Cyrille Guimard. El director del Super U no se fiaba un pelo de
aquel americano renacido por el que pocos parecían dispuestos a apostar. La
última contrarreloj del Giro, en la que LeMond había sido segundo, le había llevado
a pensar que el californiano estaba a punto para dar guerra en el Tour. Y vaya
si la dio.
A la famosa última
etapa se llegó con el francés Fignon en cabeza, superando en 50” en la general
a LeMond. La distancia entre ambos a lo largo del Tour había sido siempre
mínima, nunca ninguno de los dos superó al otro en más de un minuto. En
general, el americano había sacado ventaja al francés en las etapas contra el
crono individuales (excepto en el prólogo, donde llegaron con el mismo tiempo),
algo más o menos previsible dado que ese era el terreno en el que mejor se
movía LeMond. Fignon, por su parte, se había mostrado mucho más fuerte en los
Alpes y también le había arrancado a LeMond 51” en la crono por equipos del
segundo día de carrera.
Además, nadie dudaba
que ellos eran los únicos con opciones reales de obtener el maillot amarillo
final, puesto que el tercero en la general, el segoviano Pedro Delgado, se
encontraba a 2:28 del líder. Perico había pagado muy caro el lamentable
despiste del prólogo que le hizo tomar la salida con casi tres minutos de
retraso, y la posterior contrarreloj por equipos en la que se dejó más de
cuatro minutos y medio con el equipo de Fignon. Su espectacular remontada
posterior no fue suficiente para repetir el éxito del año anterior.
La última etapa
de aquel Tour del 89 tenía el perfil que podéis ver arriba: una contrarreloj
individual de 24,5 kilómetros que iba desde Versalles hasta los Campos Elíseos
de París. El Tour, por lo tanto, no concluía con el tradicional paseo-homenaje
al ganador por las calles de la capital de Francia, sino con una etapa que
decidiría el triunfador final. Había que competir al máximo hasta el último
día.
En general, se
consideraba a Fignon como gran favorito. La ventaja de 50 segundos parecía
imposible de superar en tan solo 24,5 kilómetros. Después de todo, en la
contrarreloj con final en Rennes, LeMond había aventajado a Fignon en 56
segundos… tras 73 kilómetros. Además, el perfil en descenso de parte del
trayecto debía favorecer con algunos segundos extra al francés, quien se
mostraba bastante confiado: “Mi ventaja es lo bastante amplia como para
sentirme ganador” (Mundo deportivo, 23-7-1989).
Siguiendo el sistema
habitual de una etapa contrarreloj, el líder, Fignon, sería el último en tomar
la salida. Dos minutos antes, empezó su etapa Geg LeMond, quien se presentó en
la línea de salida con una bicicleta especialmente preparada para la lucha
contra el crono. La bici en cuestión, que ya había utilizado en las
contrarrelojes anteriores con permiso de la UCI, estaba dotada de un manillar
de triatlón, que permitía al americano una postura más compacta sobre la
máquina y ofrecer una menor resistencia al viento. La preocupación por la
aerodinámica en el ciclismo puede parecernos algo absolutamente normal hoy día,
pero a finales de los 80 no existía la misma mentalidad. Las dos fotografías
que vienen a continuación sirven de ejemplo al respecto:
Aquí vemos a Laurent
Fignon en la famosa contrarreloj. Su máxima adaptación a al etapa contra el
crono consistió en utilizar ruedas lenticulares. Se le ha llegado a criticar,
incluso, que su famosa coleta al viento era un lastre extra en una etapa de
estas condiciones. La bici y la postura del ciclista no parecen presentar
ninguna diferencia con respecto a una etapa en línea.
Sobre
estas líneas vemos a Greg LeMond en la misma etapa, con la bici especialmente
preparada para la ocasión, e incluso utilizando un casco diseñado también para
reducir la resistencia al viento. El manillar al que he hecho referencia antes
puede observarse mejor en esta otra fotografía:
¿Hasta qué punto tuvo
todo esto influencia en el resultado final? Es difícil hacerse una idea exacta.
En internet, yo he llegado a leer, como propuesta más extrema, que la
superioridad tecnológica y aerodinámica le dio a LeMond 1:30 de tiempo extra
sobre Fignon. Personalmente, pienso que esa cantidad de tiempo es exagerada,
puesto que supondría que sin dicha superioridad habría perdido claramente la
crono frente al corredor francés. En cualquier caso, es muy probable que estos
factores fueran decisivos en el triunfo final del americano; con que les deba 9
segundos de aquella etapa, ya puede estar agradecido eternamente a la bici, al
manillar, al casco y a la persona que le diera la idea.
LeMond tomó la salida
con una estrategia tan clara como simple: ir a todas desde la primera pedalada.
No había nada que perder, y la única manera de ganar era reventarse sobre la
bici. Tanto él como su director, De Cauwer, confiaban en que si las primeras
referencias eran buenas, a Fignon le entraran los nervios. Greg no especuló en
ningún momento de la carrera, se vació pensando en las fuerzas extra que la
moral le daría si conseguía ir reduciendo diferencias.
Fignon, por su parte,
tomó la salida y, como él mismo reconoció a la prensa al acabar la etapa, lo
hizo sin encontrar su ritmo desde el principio. Desde los primeros kilómetros
se vio que el americano marchaba mucho mejor que el francés, quien se estaba
resintiendo de los dolores que le producía una llaga al pedalear. Se trataba de
una dolencia que Fignon arrastraba desde varíos días atrás, pero que estaba
dispuesto a soportar hasta el final de la carrera. ¿Fue este otro factor
decisivo?
La primera referencia
no fue especialmente desastrosa: 6” en el kilómetro 5. La victoria parcial
parecía decantarse para el americano, pero tendría que mejorar mucho el
promedio para llevarse el Tour. En el kilómetro 10, sin embargo, la cosa ya
empezaba a pintar un poco peor para el francés: 18” de ventaja para LeMond, 12”
recortados en 5 kilómetros. Tal y como habían previsto LeMond y su director,
Fignon empezaba a ponerse nervioso.
En el kilómetro 14,5
LeMond alcanzaba el ecuador de su objetivo: 25” de ventaja, restando 10
kilómetros. Las instrucciones desde el coche se pueden resumir en una frase:
“¡Sigue así!”. Fignon por su parte empieza a darse cuenta de que los gritos que
le lanza la gente ya no son de ánimo y júbilo, sino de miedo. Le ha pedido a su
director que no le pase las referencias para que no le afecte a su estado de
ánimo. Intenta sacar todo lo que tiene dentro, pero aquel día sus piernas no
respondían como en los Alpes.
A seis kilómetros del
final, la diferencia es de 32” para LeMond. Los descensos se han terminado, y solo quedan
algunos repechos y la recta en subida de los Campos Elíseos, lo que puede
favorecer al americano, que ya ha demostrado estar más fino. Aunque el esfuerzo
empieza a pasarle factura, saca fuerzas de donde no las hay para mantener el
ritmo. La diferencia sigue disminuyendo frente a un Fignon que se va hundiendo:
45” faltando 3 kilómetros.
Los últimos metros para
LeMond son terribles, con fuertes dolores en las piernas. A pesar de ello,
consigue entrar en la meta esprintando, intentando robar unos últimos segundos
que pueden ser decisivos. Tras estar a punto de doblar a Pedro Delgado, que
había salido dos minutos antes, el americano entra en meta con un tiempo de 26’
57”, y con una media de velocidad de 54,545 km/h. Se trata de la velocidad
media más alta en una contrarreloj en la historia del Tour de Francia. Indurain,
Boardman, Ekimov, Ullrich… Ninguno de los grandes contrarrelojistas
posteriores, ni los que jugaron limpio ni los que jugaron sucio, han conseguido
batir el registro que LeMond dejó aquel día.
Tras haber entrado en
meta, a LeMond solo le quedaba esperar. El triunfo de etapa y el segundo cajón
en el podio están asegurados, y también el orgullo de volver a saberse un
primera espada tras los dos terribles años sufridos. Si además Fignon hacia un
registro de 27’48” o superior, el Tour
sería para el americano. El propio Greg reconoció que su única obsesión durante
aquellos instantes era no perder la carrera por un solo segundo.
Pero cuando Fignon se
encuentra a unos 300 metros de meta la evidencia del resultado hace que la
tensión desaparezca para convertirse en drama: el galo no va a poder retener el
maillot amarillo, que pierde de forma matemática a unos 100 metros de la
llegada. Su reacción al cruzar la meta forma parte de los anales del ciclismo,
al saltar de la bici nada más frenar para quedarse en el suelo llorando
desconsoladamente: a pesar de ser tercero en la etapa, 8 malditos segundos le
separan de la gloria ante sus paisanos franceses y parisinos.
Las reacciones al resultado final no se hacen
esperar: una nube de periodistas se lanza sobre el hundido Fignon, en busca de
una foto trágica e histórica. Otra nube de periodistas, en las redacciones de
los periódicos de medio mundo, se tira de los pelos, desesperada ante las
líneas ya preparadas y escritas sobre la victoria de Fignon que ahora deben
romper. LeMond es la otra cara de la moneda: eufórico e incrédulo, celebra el
éxito con su equipo. Solo otros tres ciclistas del ADR han completado la ronda
francesa. Pocas veces un campeón del Tour ha tenido que luchar tan sólo…
He
añadido un video de Youtube donde se muestra el éxito de LeMond en aquella
contrarreloj. No he podido evitar rescatar este, con la narración de
Tve a cargo del fallecido Pedro González. Las imágenes no son del todo buenas
en algunos momentos, pero si se transmite muy bien la emoción del final de la
etapa. A destacar los esfuerzos más que visibles que hace LeMond por no perder
la postura aerodinámica, a pesar del cansancio:
El Tour concluía con
LeMond en lo más alto del podio, Laurent Fignon en segundo lugar y Pedro
Delgado completando los puestos de honor, a 3:34 del ganador. Fue la última
ocasión en la que Fignon tuvo una plaza en el podio de París: hasta su
retirada, su mejor clasificación en los años siguientes fue el 6º puesto de la
edición de 1991. LeMond, que también se proclamó en aquel 1989 campeón del
mundo en ruta, aún saborearía las mieles del éxito en el Tour una tercera vez,
al adjudicarse la edición de 1990, superando en aquella ocasión al italiano
Claudio Chiapucci. Estas tres victorias en la ronda gala le otorgan el honor de
ser el ciclista más laureado de la historia de Estados Unidos.