Aunque no soy ningún experto en judo (pido disculpas de antemano por no saber el nombre exacto de las llaves y técnicas del mismo), me gusta la idea de seguir tocando deportes hasta ahora no vistos en este blog. De ahí que me aventure con esta disciplina, y lo voy a hacer recordando un momento histórico: las dos medallas de oro conseguidas por judokas españolas en las olimpiadas de Barcelona 92. Un hecho especialmente destacable puesto que el judo español nunca había logrado un metal olímpico, racha que se rompió gracias a las hazañas protagonizadas aquel verano por Miriam Blasco y Almudena Muñoz.
Además, estas medallas tienen otro valor añadido: fueron los primeros oros femeninos en la historia olímpica española. Hasta entonces, el único metal conseguido por una mujer era el de Blanca Fernández Ochoa, logrado solo unos meses atrás en los Juegos Olímpicos de Invierno celebrados en Albertville. Miriam y Almudena fueron las primeras en romper una barrera que, gracias a estos éxitos y a todos los posteriores, ha quedado totalmente en el olvido.
Aunque las dos eran conocidas en el panorama internacional del judo, Miriam Blasco era la que gozaba de un palmarés más rico y extenso. Nacida en Valladolid y afincada en Alicante, practicante de este deporte desde su niñez, Miriam empezó a llamar la atención a nivel internacional en 1988, año en el que se proclamó por primera vez campeona de España y en el que obtuvo la medalla de plata en el Europeo de Pamplona. Al año siguiente, obtuvo dos bronces en los campeonatos de Europa (Helsinki) y del mundo (Belgrado). Su consagración le llegó en 1991, con los títulos de Europa y del mundo ganados en Praga y en Barcelona, en el mismo escenario en el que competiría por la gloria olímpica. Y apenas unos meses antes de los Juegos, volvía a colgarse del cuello un bronce europeo. Con este currículum y llegando a los Juegos en la plenitud de su carrera, no es de extrañar que Blasco fuera una de las favoritas para colgarse el oro en su categoría, la de -56 kg.
La valenciana Almudena Muñoz no tenía una colección de éxitos de tanto prestigio, pero tambien era una judoka de renombre y con una bien ganada fama de luchadora que no se rendía ante las adversidades. En 1989, con 21 años y justo antes de participar en sus primeros mundiales, sufrió una gravísima lesión de rodilla que podría haberla retirado del deporte. Tras un largo y duro periodo de reucuperación, en 1991 conseguía sus mejores resultados hasta entonces al proclamarse campeona de España (ya lo había sido en el 89) y acabar séptima en el Mundial de Barcelona. No partía como la gran favorita, pero en principio si que era una rival con opciones de meterse en la lucha por las medallas. El resultado definitivo superó todas las expectativas.
Por tanto, y aunque ambas tenían posibilidades, era Miriam la que contaba más en los pronósticos previos. Sin embargo, dichos pronósticos quedaron en el aire cuando una terrible desgracia golpeó a Blasco unas semanas antes de los Juegos: su entrenador Sergio Cardell, el hombre que guiaba sus pasos desde muchos años atrás y con el cual había progresado hasta alcanzar los magníficos resultados ya comentados, encontraba la muerte en un desgraciado accidente de moto. El golpe moral para Miriam fue devastador, e incluso se especuló con la posibilidad de que no participara en Barcelona 92. Días después del desafortunado suceso, la propia Miriam daba a entender con sus palabras que no sabía si sería capaz de superar la perdida:
"Lo que me preocupa ahora es la ausencia de Sergio. Yo me encuentro muy bien, mucho mejor que el año pasado en el Mundial, pero a nivel psicológico no sé que pasará en ese momento. En el judo es muy importante, porque como no hay marcas establecidas puedes tener una contrincante difícil de entrada, y a mí Sergio me daba mucho apoyo, mucha moral y mucho ánimo, y me conocía perfectamente. Sabía desde fuera del tatami lo que tenía que hacer dentro".
Extraído del archivo del periódico El País, 14-7-1992
Miriam culminó la preparación para los Juegos de la mano de Josean Arruza, que ya colaboraba previamente con Cardell en la preparación física y psicológica de la judoka. Con la voluntad de dedicar el oro a su fallecido entrenador, Blasco apretó los dientes y se esforzó en llegar en las mejores condiciones posibles al día de competición, que en su categoría era el 31 de julio y que se celebraría en el Palau Blaugrana.
Exenta en la primera ronda, el abarrotado Palau se volcó con Miriam a partir de su primer combate en los octavos final. Haciendo gala de su habitual garra y concentración en el tatami, Blasco se libró de tres peligrosas contricantes antes de llegar a la final. Primero venció a la coreana Sun Chung, luego a la japonesa Tateno, y finalmente a una jovencísima Driulis González, que la sucedería cuatro años más tarde en lo más alto del podio olímpico. Constantemente jaleada por el público (entre el cual se encontraba buena parte de su familia y gente de su club de judo en Alicante), Blasco aprovechaba los descansos entre combates para analizar en vídeo sus movimientos y pulir posibles errores de cara a cada nueva ronda. Mientras recuperaba fuerzas pudo ver el combate en el que la belga Flagothier era tumbada por la británica Kim Fairbrother. Contra esta se jugaría el primer puesto.
La final, de la cual incluyo un enlace para verla en YouTube a continuación, tuvo desde el inicio una actitud ofensiva por parte de ambas contendientes. En su deseo de obtener el oro las dos optaron por el ataque, intentando lograr una ventaja que pusiera su rival en una lucha contra el crono. Miriam logró los dos primeros derribos, pero sin lograr puntuar gracias al buen trabajo defensivo desde el suelo de la inglesa.
Cuando faltaban aproximadamente dos minutos y medio para el final de la lucha, se produjo la técnica clave: tras varios segundos agarradas por el judogi, Fairbrother intentó un ataque para derribar a Blasco, quien se zafó de la llave y consiguió derribar e inmovilizar a su rival. Aunque el intento de ganar el combate por ippon fracasó (lo habría logrado si hubiera logrado aguantar la inmovilización durante medio minuto), la técnica le sirvió para anotarse un yuko en la puntuación (la tercera en valor para ganar el combate, por detrás del ippon y del Waza-ari), que obligaba a la inglesa a ir a por todas.
Y realmente lo hizo. Fairbrother intentó repetidamente recortar distancias con la española, a base de intentar barridas y llaves desde el suelo. Pero Miriam planteó muy bien la defensa y en pocos momentos pasó realmente apuros. Ünicamente una inmovilización a poco menos de un minuto la puso momentáneamente en dificultades, pero el árbitro (en una decisión que no gustó del todo a la inglesa) paró el combate al considerar que no había una salida técnica factible a la llave. El "koka" que obutvo como recompensa Fairbrother no compensaba el yuko de Miriam.
Blasco siguió aguantando bien los envites de su rival, contratacando siempre que era posible, y solo en los últimos diez segundos rehuyó del cuerpo a cuerpo, sabedora que la penalización que pudiera sufrir por esa pasividad no sería decisiva. Agotado el tiempo y sabiéndose ganadora, Miriam inició su eufórica celebración sobre el tatami, rompiendo a llorar allí mismo, y necesitando que el juez de la contienda le recordara que tenía pendiente el protocolario saludo posterior al combate.
Los minutos y horas siguientes fueron de abrazos, felicitaciones y dedicatorias. Ante todo, Miriam tenía presente el nombre y el recuerdo de Sergio Cardell: "He soñado muchas veces con este momento, y me hubíera gustado poder decirle a Sergio que por fin lo hemos conseguido". Además de a su marido, familia y amigos, Miriam recibió las felicitaciones y agasajos de las múltiples personalidades que habían asistido a su combate, entre ellos los Reyes de España.
Quien no pudo asistir a la machada de Miriam fue Almudena Muñoz, que se vio obligada a acostarse pronto y cuidarse al máximo de cara a la competición del día siguiente. Lo cierto es que Almudena no había llamado la atención de la prensa tanto como Miriam Blasco en los días precedentes. Después de todo, no había ganado ninguna medalla en mundiales ni europeos, y en cambio otros judokas nacionales aglutinaban un palmarés más brillante. No obstante, su participación en el Mundial del 91 y su victoria ese mismo año en el Torneo de París sí que había provocado que sus rivales estuvieran pendientes de ella. Sabían que podía ser una rival peligrosa.
El combate clave para dirimir a que optaba la española fue el de cuartos de final, y en él se enfrentó a la británica Sharon Rendle, dos veces campeona del mundo y medalla de plata en el Mundial celebrado un año antes. "Era una de las más difíciles. Pero yo ese día estaba muy fuerte y cuando vi sus labios morados a mitad combate apreté", confesó Almudena 20 años más tarde en una entrevista al diario El País. Obtenida la victoria, se deshizo en semifinales de la china Zhohgyun Li y logró el pase para la final contra la japonesa Mizoguchi, una rival a la que no se había enfrentado nunca y a la que tuvo la oportunidad de estudiar en vídeo en los momentos previos a la lucha decisiva.
Dicha lucha, de la que también os dejo aquí un enlace, se disputó con un público tan entregado con Alumdena como lo había estado el día anterior con Miriam Blasco. Sin embargo, la presión ambiental no pareció afectar en exceso a Mizoguchi, que tuvo aquel día su oportunidad de obtener un oro en una gran cita internacional. Si he de ser sincero con mis conclusiones tras ver el combate, la verdad es que la japonesa llevó la iniciativa durante la mayor parte del duelo, obligando a la española a esforzarse al máximo en defensa para no entregar la victoria.
Ya en el primer minuto Mizoguchi salió al ataque muy decidida, consiguiendo llevar en dos ocasiones a Almudena al tatami y realizar dos técnicas de suelo que no fueron efectivas de cara al marcador. Tras un nuevo intento de inmovilización de la japonesa que tampoco dio resultado, Muñoz aprovechó la mejor oportunidad que tuvo en el combate para ponerse por delante: en una acción de contraataque, consiguió derribar a Mizoguchi y anotarse un "koka", una mínima ventaja que le daría la victoria si conseguía mantener el marcador de su rival a cero. Faltaban dos minutos y medio, durante los cuales la japonesa llevó su agresividad y su ofensiva a cotas aún más altas, en un intento de equilibrar la contienda.
Dos nuevas técnicas de suelo que tampoco obtuvieron puntuación empezaron a provocar el enfado de la japonesa y de su entrenador, que no quedaron muy satisfechos con las decisiones arbitrales. El combate se convirtió en una sucesión de rápidas arremetidas de Mizoguchi (que casi salía corriendo hacia la española cada vez que el crono se ponía en marcha) a las cuales Almudena respondía defendiéndose con fiereza e intentando contraatacar si veía la opción. A pesar de que hubo varias caídas y llaves de ambas luchadoras, los árbitros no apreciaron posibles puntos en ninguna acción y el combate finalizó con el triunfo de la española por la mínima ventaja posible.
Las escenas y declaraciones siguientes fueron más o menos similares a las del día anterior. Las mismas personalidades se encontraban presentes en el eufórico Palau Blaugrana para felicitar a la judoka por su triunfo. Los amigos y familiares de Almudena, desplazados desde Valencia, también compartieron con ella la alegría por el éxito obtenido. Un éxito que, como la propia deportista ha reconocido, modificó su forma de ser: "Era una chica joven, muy muy tímida, no estaba acostumbrada a que me mirasen. De repente todo el mundo me felicitaba, me quería entrevistar (...) ¡no me quedó más remedio que cambiar mi carácter!
Aquellas dos medallas de oro supusieron la cima de la carrera de ambas judokas. Miriam Blasco, tras un amago de retirada unos meses después de los juegos, siguió compitiendo hasta 1996, pero no repitió los éxitos vividos previamente: su mejor resultado fue el bronce obtenido en el campeonato de Europa de Gdansk en 1994, y no volvió a disputar unos Juegos Olímpicos como atleta (como entrenadora, guió en Atlanta 96 a Yolanda Soler e Isabel Fernández a dos medallas de bronce). Almudena Muñoz, por su parte, tuvo un 1993 fenomenal al proclamarse campeona de Europa y subcampeona del mundo, pero posteriormente no volvió al podio, siendo el quinto puesto obtenido en las olimpiadas de Atlanta su clasificiación más relevante. Se retiró en 1997, a los 29 años.
En los días siguientes y en los Juegos posteriores, muchas españolas se unieron a estas dos judokas en esa cima deportiva que supone ser campeona olímpica: las chicas del hockey hierba en el 92, Theresa Zabell, Marina Alabau, el equipo de gimnasia rítmica en el 96... Miriam y Almudena dejaron rápidamente de estar solas en el Olimpo, pero el hecho de que fueran las primeras en romper una barrera deportiva que en España había existido durante casi 100 años hace que su triunfo sea especialmente difícil de olvidar.