Momento en el que Vránkovic tapona, de forma ilegal, la bandeja de Jose Antonio Montero
Hoy
regreso a uno de mis deportes favoritos, el baloncesto. Y lo voy a hacer para
recordar uno de los episodios más nefastos de la historia del F.C. Barcelona:
la final de copa de Europa de baloncesto que perdió a manos del Panathinaikos
griego en 1996. Uno de los encuentros más polémicos que puedo recordar.
He
tenido la suerte, a la hora de hacer esta entrada, de encontrar la fotografía
que he puesto al comienzo de la misma. En ella vemos al gigantesco pívot Stojan
Vránkovic realizar un tapón desesperado sobre el base blaugrana José Antonio
Montero. Un tapón que, como todos los que vimos aquel partido sabemos, fue
ilegal. Una foto que nos lleva de lleno al momento cumbre, al clímax de aquella
racha de despropósitos acaecidos en los últimos segundos de un encuentro de
horrible recuerdo para los barcelonistas (no voy a engañar a nadie, entre ellos
me incluyo yo).
Pero
vayamos paso a paso antes de describir los momentos cruciales. Era abril de
1996, y la Final Four de la copa de Europa de baloncesto se celebraba en París.
A ella habían llegado TSKA de Moscú, Panathinaikos, F.C. Barcelona y Real
Madrid C.F. Vamos, cuatro clásicos del baloncesto europeo. Las apuestas sobre
los favoritos eran inciertas: el Madrid era el vigente campeón, pero en el
verano anterior había perdido a su mejor jugador, Arvydas Sabonis; el Barça y
el Panathinaikos tenían plantillas más que solventes; y quizás el TSKA parecía
el menos potente de los cuatro, aunque no se podía descartar que diera la
sorpresa.
El 9
de abril se disputaron las semifinales. En ambos casos, fueron partidos
igualados que quedaron desequilibrados en los últimos momentos. El Barça tumbó
al Madrid por 76-66, gracias especialmente a la aportación de Karnisovas (24
puntos) y el pívot Dan Godfread (22 puntos y 7 rebotes), y también por el
agotamiento de los jugadores de un Madrid en el que cuatro de sus titulares
acumularon 33 o más minutos. Por su parte, el Panathinaikos venció a los rusos por
81-71, destacando la capacidad anotadora de Dominique Wilkins. La otrora
superestrella de la NBA era, a sus 36 años, la figura del equipo griego; y lo
demostró en aquella semifinal ante el TSKA consiguiendo 35 puntos y
manteniéndose en cancha el partido entero.
Una imagen del Barcelona-Real Madrid de semifinales, en el que ganaron los catalanes
Pero
en la final, Wilkins no iba a ser el único jugador a vigilar. El equipo heleno
se componía de una plantilla bastante completa, en la que tenían un papel capital
el pívot yugoslavo Vránkovic, un auténtico gigante que ya había demostrado su
capacidad de intimidación en las semifinales; y el veterano base Panagiotis
Giannakis, que a sus 37 años y al borde de la retirada tenía su última
oportunidad de proclamarse campeón de Europa. Junto a ellos un ramillete de
buenos baloncestitas como Alvertzis, Ekonomou o John Korfas completaban un
equipo más que potente.
El
Barça, sin embargo, tampoco se presentaba cojo a la final. El fichaje del
lituano Arturas Karnisovas aquella temporada les había dotado de una figura que
podía marcar las diferencias; a ello se
sumaban jugadores de calidad, como Galilea, Montero, Bosch, Xavi Fernández y
Salva Díez en las posiciones exteriores; y Godfread y Ferrán Martínez en las
posiciones interiores. Andrés Jiménez era, a sus 33 años, el representante de
la vieja guardia, pero aún aportaba muchos minutos de calidad. Quizás el gran
problema era la baja de Darryl
Middleton, que no pudo ser inscrito en la competición al solo permitirse dos
extranjeros en cada equipo. Y, en el último rincón del banquillo, un gigante
aún bisoño destinado a hacer cosas importantes a algún día: Roberto Dueñas.
La
final se disputó 2 días más tarde, en un pabellón Bercy abarrotado… de griegos.
Casi todo el aforo estaba acaparado por los seguidores del Panathinaikos, que
en aquellos tiempos no se distinguían precisamente por ser hermanitas de la
caridad. Durante el encuentro no cesaron de cantar, animar y presionar,
circunstancia que podría explicar en parte el esperpento final.
No he
podido encontrar ningún enlace online del partido en castellano, así que os
dejo éste en griego de youtube por si queréis haceros una idea por vosotros
mismos de lo que ocurrió aquel día en París. Los que no lo hayáis visto, no
esperéis ningún partido extraordinario. Fue la típica final de básket que
destaca más por su intensidad y emoción que por su calidad. Pero, en cualquier
caso, servirá por si queréis crearos vuestra propia opinión.
Hasta
el minuto 15, el encuentro fue más o menos parejo. La anotación era escasa (en
el minuto 8, el marcador aún señalaba un pobre 10-9), ambos equipos controlaban
el rebote en su zona, y los ataques eran en estático. El Panathinaikos daba
sensación de controlar un poco mejor el partido, pero no era capaz de
despegarse en el marcador. El Barça, por su parte, ya había tenido tiempo de
darse cuenta de que los balones interiores en aquel partido tenían pocas
posibilidades de éxito ante la inmensa capacidad defensiva de un Vránkovic que,
en el minuto 2 ya le había puesto un tremendo tapón a Jiménez. Un Jiménez que,
por cierto, estaba siendo el principal valor ofensivo del Barcelona en aquella
primera parte.
Durante
esos minutos, el trabajo de los árbitros estaba pasando más o menos
desapercibido. Los colegiados estaban señalando faltas hacia ambos bandos, y
apenas había momentos polémicos. Los jugadores del Barcelona sólo se quejaron
con cierta vehemencia cuando les pitaron dos faltas en ataque a Godfread y
Jiménez.
A los
15:30 minutos, el primer contraataque claro del partido es culminado por
Giannakis, poniendo al Panathinaikos 8 arriba, la máxima ventaja hasta
entonces. Y es que el partido estaba cambiando. Al Barça le estaba costando
horrores tirar, y el Panathinaikos ya tenía la lección aprendida: ante el
enorme dominio que ejercía Vránkovic en la zona, la clave era presionar el tiro
exterior y de media distancia azulgrana, aunque hubiera menos efectivos por
dentro, donde el yugoslavo se bastaba para controlar. El resultado era un
Barcelona indeciso y agarrotado a la hora de tirar lo que, acompañado de unos
minutos de dominio en los tableros y efectividad griega, llevó a que estos se
despegaran un poco en el marcador: 35-25 al descanso.
El
Barcelona empieza fuerte la segunda parte, y consigue ponerse a solo 5 puntos,
pero los griegos recuperen rápidamente el control gracias en buena parte a la
labor de su base Giannakis, quien está dando al partido la pausa que su equipo
necesita, además de hacer un buen trabajo en defensa. En ataque, la batuta la
lleva Dominique Wilkins, cuya efectividad en el tiro y apoyo a Vránkovic (que
sigue de jefe en la zona) en el rebote le están haciendo ser uno de los
jugadores clave.
Dominique Wilkins con la camiseta del Panathinaikos. El americano fue decisivo en la final
La
primera gran protesta al árbitro de los jugadores azulgranas llega faltando
diez minutos, cuando una canasta del propio Wilkins tras cometer unos dobles de
libro pone a los suyos con 12 puntos de ventaja. Aíto ha decidido jugársela:
ante la incapacidad de sus hombres en la zona, decide sacar a 4 jugadores
exteriores, y que puntualmente Karnisovas juegue por dentro. Galilea, Montero,
Díez y Xavi se turnarán hasta el final en 3 de los 5 puestos del equipo
titular.
Faltando
6 minutos, todo parece perdido: el Panathinaikos se va a 13 de ventaja tras
canasta de Giannakis, ante un Barcelona cuyo porcentaje en tiros de campo no
llega al 40%. El equipo catalán inicia una presión absolutamente desesperada en
toda la cancha, más allá de toda lógica o sensación de cansancio. Saben que
solo ir al límite y tener mucha suerte pueden salvar el partido. Aunque mejora
la anotación y el Panathinaikos empieza a mostrar algunas dudas, las distancias
siguen sin reducirse, y a 2:47 del final un contraataque de Wilkins pone el
63-52 en el marcador.
Es a
partir de ahí cuando los elementos se ponen de parte de un Barcelona al que
empieza a entrarle todo y en contra de un Panathinaikos al cual el miedo a
ganar le lleva a cometer errores
impensables. Manteniendo la mencionada presión asfixiante y de la mano de
Karnisovas y Galilea (7 y 5 puntos en esos minutos) el Barcelona anota 14
puntos en menos de 2 minutos y sitúa el 67-66 en el marcador faltando por jugar
poco más de 60 segundos. Los griegos no han vuelto a anotar en jugada desde la
acción de Wilkins, y sobreviven gracias a los tiros libres del base John
Korfas, que está compartiendo presencia en cancha con Giannakis en un vano
intento de controlar mejor el juego.
Arturas Karnisovas en un lance del partido. El lituano fue el máximo anotador del Barça, con 23 puntos
El
Panathinaikos juega lentamente su posesión, ante un Barcelona que no va a hacer
falta. La pelota llega a las manos de Wilkins, quien tras hacerse hueco en la
zona se juega un tiro cercano que no entra por poco, cogiendo el vital rebote
(¿quién si no?) Vránkovic. Faltan 36 segundos para que acabe el partido, y el
ataque griego comienza de nuevo.
Y a
partir de aquí, comienza uno de los finales más accidentados de la historia del
baloncesto: la pelota la aguantan, sin casi amagar el tiro, entre Giannakis y
Korfas; cuando ya han transcurrido los 30 segundos de posesión (sin que suene
la bocina, primera cosa extraña) Giannakis se cae y pierde el balón.
Inmediatamente, varios jugadores se lanzan a la desesperada a controlar la
pelota. Nadie logra cogerla, pero Godfread consigue lanzarla hacia adelante,
hacia su compañero Montero, que se encuentra en una inmejorable posición: solo
en campo contrario y con todo el Panathinaikos corriendo a bastante distancia
de él.
En
ese momento es cuando ocurre lo más inesperado de todo: desde la mesa paran el
cronometro cuando faltan 4,9 segundos por jugarse. Es decir, el juego continúa,
pero el reloj no se mueve. No ha habido ninguna señal de los árbitros hacia la
mesa, es una decisión arbitraria tomada desde la misma. ¿Por qué? Hay quien
dice que fue un error involuntario (altamente improbable); hay quien dice que
se pretendía beneficiar al Barcelona para que le diera tiempo a anotar (a mi me
suena absurdo, pero hay gente que lo dice); una idea más factible es que, ante
la casi segura canasta del Barça, se quiere dar tiempo al Panathinaikos de
tener un último tiro.
Cuando
Montero coge el balón y se aproxima a canasta, parece que hace pasos, lo cual
ha sido siempre esgrimido por los que creen que el Barça se queja sin razón
como prueba de que no fue maltratado arbitralmente. Y después, el famoso tapón:
Montero, vacilante, lanza una suave bandeja que toca tablero, pero que nunca
llega al aro ni a la red porque el pívot Vránkovic, tras una carrera
desesperada, intercepta el balón cuando este se halla en trayectoria
descendente. Todo el mundo que sepa un poco de baloncesto sabe que cuando está
bajando el balón, taponar es ilegal y se da la canasta; por lo visto, el
árbitro francés Dorizon, que se encontraba en línea recta a escasos metros no
lo sabía. O eso, o simplemente se tragó el pito.
Para
acabar el lío, el balón acaba en manos de Galilea y el base, viendo que el
crono está detenido, intenta organizar el ataque. Pero, de repente el reloj vuelve
a ponerse en marcha. Galilea, sorprendido, acelera el ataque y se lanza a una
penetración a la desesperada, que es frenada en clara falta por dos defensores
griegos. Nuevamente, los árbitros se dejan el silbato en casa, no pitan nada y
el partido acaba con la victoria helena por un punto, 67-66.
Mientras
la euforia se desata entre los jugadores del Panathinaikos, la rabia y la
desesperación se apoderan de los jugadores azulgranas, que sienten que se les
ha robado la victoria. Galilea se come al árbitro, protestando lo que todo el
pabellón ha visto. Mientras, los médicos atienden a un Vránkovic que se ha
lesionado tras la jugada del tapón y Dominique Wilkins es nombrado MVP de la
final. Todo ello ante el júbilo de unos seguidores griegos que sólo el cielo sabe
la que hubieran podido liar si pierden la final en el último suspiro.
Las
reacciones y declaraciones no se hicieron esperar. Indignación sería la mejor
palabra para definir el sentir de los barcelonistas: “Hemos ganado y no somos
campeones” declaró el presidente, Josep Lluís Núñez; “Las dos últimas acciones
decidieron. Los árbitros se inhibieron y acabaron siendo los grandes
perdedores” dijo Jose Luís Galilea; Montero fue de los más contundentes: “Me he
quedado asombrado cuando los árbitros no han señalado nada. Es algo que
llevarán toda su vida en su conciencia”
Por
su parte, los griegos intentaron quitarle hierro al asunto. Su técnico Boza
Maljkovic (que sumaba su 4ª copa de Europa) no quiso entrar en polémicas: “De
esto no hay ni que hablar más. Quien ha visto el vídeo del partido me ha asegurado
que todo ha ocurrido fuera de tiempo, así que asunto zanjado”. Más sangrantes y
desagradables resultaron las declaraciones de Giannakis: “No he visto nada raro
en las últimas jugadas del partido”. No sé si habrá alguien de acuerdo con
estas declaraciones. Cada uno es libre de pensar lo que quiera, yo me limito a
dejaros este enlace a un vídeo con esos últimos segundos y que cada cual juzgue
las jugadas como considere oportuno:
Minutos
después de acabar el partido, los servicios jurídicos del club blaugrana se
pusieron en marcha para presentar una protesta a la FIBA. Ante la seguridad de
que el tapón de Vránkovic era una decisión imposible de modificar (por ser un
error de apreciación arbitral), el recurso se centró en protestar por el hecho
de que la última posesión helena había durado más de 30 segundos y no se había
parado el partido. En base a ello, el Barcelona no pidió ganar el encuentro,
pidió repetir los últimos 6 segundos de encuentro, contando con la posesión del
balón.
Durante
casi tres horas, tres altos cargos de la FIBA se reunieron para deliberar sobre
el recurso presentado por el equipo catalán. La demora de la decisión hizo
concebir algunas esperanzas de que las demandas del Barcelona serían atendidas,
pero cerca de las 4 de la madrugada la triste realidad volvió a abrirse paso:
el recurso era rechazado, aunque los árbitros Dorizon y Virovnik habían
admitido que se habían equivocado y que el tapón había sido antirreglamentario.
Dicho en una frase: el Barça debería haber ganado el partido, pero la copa se
la llevaba el Panathinaikos.
Los
días siguientes, la prensa española en general y catalana en particular
dedicaron muchas páginas al desagradable desenlace. Aunque de forma
generalizada se aceptaba que el partido del Barcelona no había sido bueno y que
por rendimiento en la cancha los griegos habían sido superiores, la
extraordinaria remontada final habría hecho campeón al conjunto culé de no ser
por la inexplicable ceguera arbitral. Los pasos de Montero o la falta final a
Galilea eran jugadas que podía comprenderse que pasaran desapercibidas; el
tapón de Vrankovic, el misterioso parón del crono y el exceso de tiempo en la
última posesión del Panathinaikos, no.
Las
especulaciones sobre por qué aquella copa volaba hacia Grecia tampoco se
hicieron esperar. Se sospechó mucho (y aún se sigue sospechando) del poder y la
influencia que la liga griega ejercía sobre la FIBA, debido a los muchos millones
de dracmas que el baloncesto griego movía, millones que habían permitido evitar
la fuga de las estrellas locales y traer a figuras del extranjero, incluso
destacados NBA como el ya citado Wilkins. Al fin y al cabo, no era la primera
vez que un equipo heleno recibía una más que extraña decisión favorable en una
final: dos años antes, en la final de copa de Europa que ganó el Joventut de
Badalona, la mesa de anotación consintió hasta tres tiros del Olympiakos fuera
de tiempo que, de haber entrado, habrían llevado el encuentro a la prórroga.
Otra absurda situación en la que el azar esta vez no estuvo de su parte.
La
solución también pudo ser mucho más sencilla. Quizás simplemente los árbitros y
los miembros de la mesa, viendo la enorme presión ambiental que ejercían los
aficionados griegos, optaron por hacer la vista gorda. En aquella final el
número de seguidores griegos en el pabellón era muy superior al número de
seguidores del Barcelona, y el ambiente generado era de claro fervor a favor
del conjunto heleno. Hacía falta ser valiente para aceptar esas últimas jugadas
y conceder esa canasta que daba victoria a los azulgranas, y a lo mejor
aquellos árbitros y jueces de mesa no encontraron fuerzas para serlo.
Fuera
como fuese, la copa voló a las vitrinas del Panathinaikos. Para el Barcelona
fue la continuación de su leyenda negra en la copa de Europa: era la cuarta
final que perdía, cifra que aumentó al año siguiente cuando volvió a perder en
la final frente al Olympiakos (en esta ocasión sin polémica, su rival fue muy
superior). Tuvo que esperar a 2003, cuando una nueva generación de jugadores,
liderados por Dejan Bodiroga y Juan Carlos Navarro y con Dueñas como único
superviviente del desastre del 96, saldó la enorme deuda que el Barça tenía en
esta competición. Pero eso, es otra historia…