viernes, 29 de marzo de 2013

11-IV-1996: CUANDO LA JUSTICIA FUE MÁS CIEGA QUE NUNCA




Momento en el que Vránkovic tapona, de forma ilegal, la bandeja de Jose Antonio Montero

  
Hoy regreso a uno de mis deportes favoritos, el baloncesto. Y lo voy a hacer para recordar uno de los episodios más nefastos de la historia del F.C. Barcelona: la final de copa de Europa de baloncesto que perdió a manos del Panathinaikos griego en 1996. Uno de los encuentros más polémicos que puedo recordar.

He tenido la suerte, a la hora de hacer esta entrada, de encontrar la fotografía que he puesto al comienzo de la misma. En ella vemos al gigantesco pívot Stojan Vránkovic realizar un tapón desesperado sobre el base blaugrana José Antonio Montero. Un tapón que, como todos los que vimos aquel partido sabemos, fue ilegal. Una foto que nos lleva de lleno al momento cumbre, al clímax de aquella racha de despropósitos acaecidos en los últimos segundos de un encuentro de horrible recuerdo para los barcelonistas (no voy a engañar a nadie, entre ellos me incluyo yo).

Pero vayamos paso a paso antes de describir los momentos cruciales. Era abril de 1996, y la Final Four de la copa de Europa de baloncesto se celebraba en París. A ella habían llegado TSKA de Moscú, Panathinaikos, F.C. Barcelona y Real Madrid C.F. Vamos, cuatro clásicos del baloncesto europeo. Las apuestas sobre los favoritos eran inciertas: el Madrid era el vigente campeón, pero en el verano anterior había perdido a su mejor jugador, Arvydas Sabonis; el Barça y el Panathinaikos tenían plantillas más que solventes; y quizás el TSKA parecía el menos potente de los cuatro, aunque no se podía descartar que diera la sorpresa.

El 9 de abril se disputaron las semifinales. En ambos casos, fueron partidos igualados que quedaron desequilibrados en los últimos momentos. El Barça tumbó al Madrid por 76-66, gracias especialmente a la aportación de Karnisovas (24 puntos) y el pívot Dan Godfread (22 puntos y 7 rebotes), y también por el agotamiento de los jugadores de un Madrid en el que cuatro de sus titulares acumularon 33 o más minutos. Por su parte, el Panathinaikos venció a los rusos por 81-71, destacando la capacidad anotadora de Dominique Wilkins. La otrora superestrella de la NBA era, a sus 36 años, la figura del equipo griego; y lo demostró en aquella semifinal ante el TSKA consiguiendo 35 puntos y manteniéndose en cancha el partido entero.

 Una imagen del Barcelona-Real Madrid de semifinales, en el que ganaron los catalanes


Pero en la final, Wilkins no iba a ser el único jugador a vigilar. El equipo heleno se componía de una plantilla bastante completa, en la que tenían un papel capital el pívot yugoslavo Vránkovic, un auténtico gigante que ya había demostrado su capacidad de intimidación en las semifinales; y el veterano base Panagiotis Giannakis, que a sus 37 años y al borde de la retirada tenía su última oportunidad de proclamarse campeón de Europa. Junto a ellos un ramillete de buenos baloncestitas como Alvertzis, Ekonomou o John Korfas completaban un equipo más que potente.

El Barça, sin embargo, tampoco se presentaba cojo a la final. El fichaje del lituano Arturas Karnisovas aquella temporada les había dotado de una figura que podía marcar las diferencias;  a ello se sumaban jugadores de calidad, como Galilea, Montero, Bosch, Xavi Fernández y Salva Díez en las posiciones exteriores; y Godfread y Ferrán Martínez en las posiciones interiores. Andrés Jiménez era, a sus 33 años, el representante de la vieja guardia, pero aún aportaba muchos minutos de calidad. Quizás el gran problema era la baja de  Darryl Middleton, que no pudo ser inscrito en la competición al solo permitirse dos extranjeros en cada equipo. Y, en el último rincón del banquillo, un gigante aún bisoño destinado a hacer cosas importantes a algún día: Roberto Dueñas.

La final se disputó 2 días más tarde, en un pabellón Bercy abarrotado… de griegos. Casi todo el aforo estaba acaparado por los seguidores del Panathinaikos, que en aquellos tiempos no se distinguían precisamente por ser hermanitas de la caridad. Durante el encuentro no cesaron de cantar, animar y presionar, circunstancia que podría explicar en parte el esperpento final.




No he podido encontrar ningún enlace online del partido en castellano, así que os dejo éste en griego de youtube por si queréis haceros una idea por vosotros mismos de lo que ocurrió aquel día en París. Los que no lo hayáis visto, no esperéis ningún partido extraordinario. Fue la típica final de básket que destaca más por su intensidad y emoción que por su calidad. Pero, en cualquier caso, servirá por si queréis crearos vuestra propia opinión.

Hasta el minuto 15, el encuentro fue más o menos parejo. La anotación era escasa (en el minuto 8, el marcador aún señalaba un pobre 10-9), ambos equipos controlaban el rebote en su zona, y los ataques eran en estático. El Panathinaikos daba sensación de controlar un poco mejor el partido, pero no era capaz de despegarse en el marcador. El Barça, por su parte, ya había tenido tiempo de darse cuenta de que los balones interiores en aquel partido tenían pocas posibilidades de éxito ante la inmensa capacidad defensiva de un Vránkovic que, en el minuto 2 ya le había puesto un tremendo tapón a Jiménez. Un Jiménez que, por cierto, estaba siendo el principal valor ofensivo del Barcelona en aquella primera parte.




Durante esos minutos, el trabajo de los árbitros estaba pasando más o menos desapercibido. Los colegiados estaban señalando faltas hacia ambos bandos, y apenas había momentos polémicos. Los jugadores del Barcelona sólo se quejaron con cierta vehemencia cuando les pitaron dos faltas en ataque a Godfread y Jiménez.

A los 15:30 minutos, el primer contraataque claro del partido es culminado por Giannakis, poniendo al Panathinaikos 8 arriba, la máxima ventaja hasta entonces. Y es que el partido estaba cambiando. Al Barça le estaba costando horrores tirar, y el Panathinaikos ya tenía la lección aprendida: ante el enorme dominio que ejercía Vránkovic en la zona, la clave era presionar el tiro exterior y de media distancia azulgrana, aunque hubiera menos efectivos por dentro, donde el yugoslavo se bastaba para controlar. El resultado era un Barcelona indeciso y agarrotado a la hora de tirar lo que, acompañado de unos minutos de dominio en los tableros y efectividad griega, llevó a que estos se despegaran un poco en el marcador: 35-25 al descanso.

El Barcelona empieza fuerte la segunda parte, y consigue ponerse a solo 5 puntos, pero los griegos recuperen rápidamente el control gracias en buena parte a la labor de su base Giannakis, quien está dando al partido la pausa que su equipo necesita, además de hacer un buen trabajo en defensa. En ataque, la batuta la lleva Dominique Wilkins, cuya efectividad en el tiro y apoyo a Vránkovic (que sigue de jefe en la zona) en el rebote le están haciendo ser uno de los jugadores clave.

Dominique Wilkins con la camiseta del Panathinaikos. El americano fue decisivo en la final


La primera gran protesta al árbitro de los jugadores azulgranas llega faltando diez minutos, cuando una canasta del propio Wilkins tras cometer unos dobles de libro pone a los suyos con 12 puntos de ventaja. Aíto ha decidido jugársela: ante la incapacidad de sus hombres en la zona, decide sacar a 4 jugadores exteriores, y que puntualmente Karnisovas juegue por dentro. Galilea, Montero, Díez y Xavi se turnarán hasta el final en 3 de los 5 puestos del equipo titular.

Faltando 6 minutos, todo parece perdido: el Panathinaikos se va a 13 de ventaja tras canasta de Giannakis, ante un Barcelona cuyo porcentaje en tiros de campo no llega al 40%. El equipo catalán inicia una presión absolutamente desesperada en toda la cancha, más allá de toda lógica o sensación de cansancio. Saben que solo ir al límite y tener mucha suerte pueden salvar el partido. Aunque mejora la anotación y el Panathinaikos empieza a mostrar algunas dudas, las distancias siguen sin reducirse, y a 2:47 del final un contraataque de Wilkins pone el 63-52 en el marcador.

Es a partir de ahí cuando los elementos se ponen de parte de un Barcelona al que empieza a entrarle todo y en contra de un Panathinaikos al cual el miedo a ganar le lleva a  cometer errores impensables. Manteniendo la mencionada presión asfixiante y de la mano de Karnisovas y Galilea (7 y 5 puntos en esos minutos) el Barcelona anota 14 puntos en menos de 2 minutos y sitúa el 67-66 en el marcador faltando por jugar poco más de 60 segundos. Los griegos no han vuelto a anotar en jugada desde la acción de Wilkins, y sobreviven gracias a los tiros libres del base John Korfas, que está compartiendo presencia en cancha con Giannakis en un vano intento de controlar mejor el juego.


Arturas Karnisovas en un lance del partido. El lituano fue el máximo anotador del Barça, con 23 puntos

El Panathinaikos juega lentamente su posesión, ante un Barcelona que no va a hacer falta. La pelota llega a las manos de Wilkins, quien tras hacerse hueco en la zona se juega un tiro cercano que no entra por poco, cogiendo el vital rebote (¿quién si no?) Vránkovic. Faltan 36 segundos para que acabe el partido, y el ataque griego comienza de nuevo.

Y a partir de aquí, comienza uno de los finales más accidentados de la historia del baloncesto: la pelota la aguantan, sin casi amagar el tiro, entre Giannakis y Korfas; cuando ya han transcurrido los 30 segundos de posesión (sin que suene la bocina, primera cosa extraña) Giannakis se cae y pierde el balón. Inmediatamente, varios jugadores se lanzan a la desesperada a controlar la pelota. Nadie logra cogerla, pero Godfread consigue lanzarla hacia adelante, hacia su compañero Montero, que se encuentra en una inmejorable posición: solo en campo contrario y con todo el Panathinaikos corriendo a bastante distancia de él.
En ese momento es cuando ocurre lo más inesperado de todo: desde la mesa paran el cronometro cuando faltan 4,9 segundos por jugarse. Es decir, el juego continúa, pero el reloj no se mueve. No ha habido ninguna señal de los árbitros hacia la mesa, es una decisión arbitraria tomada desde la misma. ¿Por qué? Hay quien dice que fue un error involuntario (altamente improbable); hay quien dice que se pretendía beneficiar al Barcelona para que le diera tiempo a anotar (a mi me suena absurdo, pero hay gente que lo dice); una idea más factible es que, ante la casi segura canasta del Barça, se quiere dar tiempo al Panathinaikos de tener un último tiro.

Cuando Montero coge el balón y se aproxima a canasta, parece que hace pasos, lo cual ha sido siempre esgrimido por los que creen que el Barça se queja sin razón como prueba de que no fue maltratado arbitralmente. Y después, el famoso tapón: Montero, vacilante, lanza una suave bandeja que toca tablero, pero que nunca llega al aro ni a la red porque el pívot Vránkovic, tras una carrera desesperada, intercepta el balón cuando este se halla en trayectoria descendente. Todo el mundo que sepa un poco de baloncesto sabe que cuando está bajando el balón, taponar es ilegal y se da la canasta; por lo visto, el árbitro francés Dorizon, que se encontraba en línea recta a escasos metros no lo sabía. O eso, o simplemente se tragó el pito.

Para acabar el lío, el balón acaba en manos de Galilea y el base, viendo que el crono está detenido, intenta organizar el ataque. Pero, de repente el reloj vuelve a ponerse en marcha. Galilea, sorprendido, acelera el ataque y se lanza a una penetración a la desesperada, que es frenada en clara falta por dos defensores griegos. Nuevamente, los árbitros se dejan el silbato en casa, no pitan nada y el partido acaba con la victoria helena por un punto, 67-66.

Mientras la euforia se desata entre los jugadores del Panathinaikos, la rabia y la desesperación se apoderan de los jugadores azulgranas, que sienten que se les ha robado la victoria. Galilea se come al árbitro, protestando lo que todo el pabellón ha visto. Mientras, los médicos atienden a un Vránkovic que se ha lesionado tras la jugada del tapón y Dominique Wilkins es nombrado MVP de la final. Todo ello ante el júbilo de unos seguidores griegos que sólo el cielo sabe la que hubieran podido liar si pierden la final en el último suspiro.


Las reacciones y declaraciones no se hicieron esperar. Indignación sería la mejor palabra para definir el sentir de los barcelonistas: “Hemos ganado y no somos campeones” declaró el presidente, Josep Lluís Núñez; “Las dos últimas acciones decidieron. Los árbitros se inhibieron y acabaron siendo los grandes perdedores” dijo Jose Luís Galilea; Montero fue de los más contundentes: “Me he quedado asombrado cuando los árbitros no han señalado nada. Es algo que llevarán toda su vida en su conciencia”

Por su parte, los griegos intentaron quitarle hierro al asunto. Su técnico Boza Maljkovic (que sumaba su 4ª copa de Europa) no quiso entrar en polémicas: “De esto no hay ni que hablar más. Quien ha visto el vídeo del partido me ha asegurado que todo ha ocurrido fuera de tiempo, así que asunto zanjado”. Más sangrantes y desagradables resultaron las declaraciones de Giannakis: “No he visto nada raro en las últimas jugadas del partido”. No sé si habrá alguien de acuerdo con estas declaraciones. Cada uno es libre de pensar lo que quiera, yo me limito a dejaros este enlace a un vídeo con esos últimos segundos y que cada cual juzgue las jugadas como considere oportuno:



Minutos después de acabar el partido, los servicios jurídicos del club blaugrana se pusieron en marcha para presentar una protesta a la FIBA. Ante la seguridad de que el tapón de Vránkovic era una decisión imposible de modificar (por ser un error de apreciación arbitral), el recurso se centró en protestar por el hecho de que la última posesión helena había durado más de 30 segundos y no se había parado el partido. En base a ello, el Barcelona no pidió ganar el encuentro, pidió repetir los últimos 6 segundos de encuentro, contando con la posesión del balón.

Durante casi tres horas, tres altos cargos de la FIBA se reunieron para deliberar sobre el recurso presentado por el equipo catalán. La demora de la decisión hizo concebir algunas esperanzas de que las demandas del Barcelona serían atendidas, pero cerca de las 4 de la madrugada la triste realidad volvió a abrirse paso: el recurso era rechazado, aunque los árbitros Dorizon y Virovnik habían admitido que se habían equivocado y que el tapón había sido antirreglamentario. Dicho en una frase: el Barça debería haber ganado el partido, pero la copa se la llevaba el Panathinaikos.

Los días siguientes, la prensa española en general y catalana en particular dedicaron muchas páginas al desagradable desenlace. Aunque de forma generalizada se aceptaba que el partido del Barcelona no había sido bueno y que por rendimiento en la cancha los griegos habían sido superiores, la extraordinaria remontada final habría hecho campeón al conjunto culé de no ser por la inexplicable ceguera arbitral. Los pasos de Montero o la falta final a Galilea eran jugadas que podía comprenderse que pasaran desapercibidas; el tapón de Vrankovic, el misterioso parón del crono y el exceso de tiempo en la última posesión del Panathinaikos, no.



Las especulaciones sobre por qué aquella copa volaba hacia Grecia tampoco se hicieron esperar. Se sospechó mucho (y aún se sigue sospechando) del poder y la influencia que la liga griega ejercía sobre la FIBA, debido a los muchos millones de dracmas que el baloncesto griego movía, millones que habían permitido evitar la fuga de las estrellas locales y traer a figuras del extranjero, incluso destacados NBA como el ya citado Wilkins. Al fin y al cabo, no era la primera vez que un equipo heleno recibía una más que extraña decisión favorable en una final: dos años antes, en la final de copa de Europa que ganó el Joventut de Badalona, la mesa de anotación consintió hasta tres tiros del Olympiakos fuera de tiempo que, de haber entrado, habrían llevado el encuentro a la prórroga. Otra absurda situación en la que el azar esta vez no estuvo de su parte.

La solución también pudo ser mucho más sencilla. Quizás simplemente los árbitros y los miembros de la mesa, viendo la enorme presión ambiental que ejercían los aficionados griegos, optaron por hacer la vista gorda. En aquella final el número de seguidores griegos en el pabellón era muy superior al número de seguidores del Barcelona, y el ambiente generado era de claro fervor a favor del conjunto heleno. Hacía falta ser valiente para aceptar esas últimas jugadas y conceder esa canasta que daba victoria a los azulgranas, y a lo mejor aquellos árbitros y jueces de mesa no encontraron fuerzas para serlo.


Fuera como fuese, la copa voló a las vitrinas del Panathinaikos. Para el Barcelona fue la continuación de su leyenda negra en la copa de Europa: era la cuarta final que perdía, cifra que aumentó al año siguiente cuando volvió a perder en la final frente al Olympiakos (en esta ocasión sin polémica, su rival fue muy superior). Tuvo que esperar a 2003, cuando una nueva generación de jugadores, liderados por Dejan Bodiroga y Juan Carlos Navarro y con Dueñas como único superviviente del desastre del 96, saldó la enorme deuda que el Barça tenía en esta competición. Pero eso, es otra historia…