Estando tan cerca la celebración de la próxima final de Liga
de Campeones, que enfrentará al Bayern de Munich y al Borussia de Dortmund, me
parece un buen momento para hacer una entrada de algún partido memorable de
esta competición. Rebuscando en mi memoria, y dejando a un lado mis colores,
siempre hay un partido que regresa rápido a mis recuerdos: la final del año
2005, que enfrentó a Liverpool y Milán en Estambul. Un partido dramático y
emocionante, con desenlace final favorable a los “reds” y con la afición
inglesa poniéndole un colorido a las gradas como pocas veces en la historia del
fútbol. A todos los implicados en aquel extraordinario encuentro va dedicado
este post.
Mentiría si dijera que aquel año el Liverpool era uno de los
favoritos a alzarse con la competición. Las apuestas a principio de año daban
muchas más opciones al resto de representantes ingleses (Chelsea, Manchester
United y Arsenal), y a otros conjuntos como el Real Madrid, Juventus, Barcelona
o el propio Milán. Se había clasificado para la Champions como cuarto de la
Premier, lejos de los mejores. La plantilla tampoco parecía a la altura de los
mejores: únicamente el capitán Steven Gerrard era un jugador de categoría
mundial. El resto de jugadores importantes (Carragher, Baros, Hamann, un joven Xabi
Alonso, Luís García, Hyypiä…) eran buenos futbolistas pero no formaban un
equipo tan potente como el de otras escuadras.
Probablemente su gran arma no se encontraba sobre el césped,
sino sentado en el banquillo, y respondía al nombre de Rafael Benítez. El
técnico español había desembarcado en Anfield tras ganar 2 Ligas y una copa de
la UEFA en tres años con el Valencia, y rápidamente trasladó al Liverpool su
sistema de juego, basado en la fortaleza defensiva, la buena preparación
física, la eficacia en el contragolpe y la aportación goleadora de los
centrocampistas llegando desde segunda fila. Le habían pedido que hiciera un
gran Liverpool en 4 ó 5 años; él lo consiguió a la primera.
El AC Milán era la otra cara de la moneda. Se clasificó para
aquella edición de la Champions como campeón del Calcio, con un equipo que era
una colección de figuras y con un técnico de prestigio, Carlo Ancelotti. Además
su trayectoria hasta la final de Estambul fue muy buena: en la fase de grupos
había sido primero, por encima del Barcelona, Shakhtark Donetsk y Celtic
Glasgow; en octavos había superado al Manchester United, y en cuartos se había
impuesto con solvencia a su gran rival, el Inter. Únicamente el PSV Eindhoven
le puso en dificultades en semifinales, pero un gol de Ambrosini cuando la
eliminatoria estaba igualada a dos aseguró el pase a los “rossoneros”.
El Liverpool no mostró tanta solvencia para llegar a
Estambul. Ni siquiera en la ronda previa, en la que superó al Grazer austriaco
por un corto 2-1. En la fase de grupos, se clasificó segundo, por delante de
Olympiacos y Deportivo de la Coruña, y superado por el Mónaco. Sin embargo, su
pase a octavos fue cualquier cosa menos fácil: el último partido lo jugó a vida
o muerte, contra un Olympiacos al que tenía que vencer por un marcador igual o
mejor que el 1-0. Los griegos anotaron primero, y los “reds” necesitaron una
heroica remontada, con goles de Neil Mellor y Steven Gerrard en los últimos
minutos, para lograr imponerse por 3-1 y clasificarse.
En las rondas eliminatorias, el Liverpool superó con claridad
al Bayer Leverkusen (6-2 en el global) y dio la primera sorpresa en cuartos, al
ganar 2-1 a la Juventus en Anfield y aguantar el 0-0 en delle Alpi. En
semifinales se produjo otra sorpresa aún mayor, al eliminar al poderoso Chelsea
de Abramovich, que se había gastado una millonada para intentar conquistar una Champions que
aún se le resistiría 7 años más. La eliminatoria tuvo más de duelo táctico
entre Benítez y Mourinho que de calidad futbolística, y se decidió con un único
gol en 180 minutos, obra del delantero Luis García (gol con polémica, como
podéis ver en el vídeo).
La final se disputó el 25 de mayo, y para ambos equipos era
la única opción de sumar un título de nivel aquella temporada. Para la prensa,
el favorito era el Milán: el mayor prestigio de su plantilla y el título que
había conseguido dos años antes hacían que, a ojos de casi todo el mundo,
estuviera un peldaño por encima de su rival. No obstante, no podía descartarse
totalmente al Liverpool, pues ya había demostrado ante el Chelsea que podía
tumbar a cualquiera.
Como es habitual, ninguno de los dos técnicos quiso desvelar
la alineación que saltaría al campo hasta el mismo día del partido. Ancelotti
sacó a lo mejor de su constelación: Dida en la portería; Cafú, Stam, Nesta y
Maldini en la defensa; el mediocampo fue para Gatusso, Seedorf, Pirlo y Kaká; y
Shevchenko (Balón de Oro pocos meses antes) y Hernán Crespo formaban la
delantera. Por si fuera poco, en el banquillo había jugadores que poco tenían
que envidiar a los titulares, como Serginho, Tomasson y, muy especialmente,
Pippo Inzaghi y Rui Costa.
Rafa Benítez, por su parte, sacó de inicio a Dudek, Finnan,
Hyypiä, Carragher, Traoré, Xabi Alonso, Riise, Gerrard, Harry Kewell, Luís
García y Baros. La alineación despertaba ciertas suspicacias: el portero Jerzy
Dudek era un más que posible transferible para el año siguiente; Baros llevaba
algún tiempo reñido con el gol; el australiano Kewell había estado lesionado
buena parte de la temporada; y Traoré, el lateral izquierdo, era un futbolista
de indudable fortaleza y entrega, pero con evidentes y preocupantes carencias
técnicas (un híbrido entre Roque Junior y Winston Bogarde, para entendernos).
El Liverpool, eso sí, contó con un extraordinario jugador
número 12: su afición. Los hinchas nunca le volvieron la espalda a su equipo,
ni cuando la final parecía totalmente perdida. Se vinieron arriba a la mínima
ocasión, e hicieron resonar repetidamente el mundialmente famoso “You’ll never
walk alone”. Cumplieron con ello literalmente: nunca les dejaron solos,
convirtiéndose en un importantísimo apoyo para los jugadores. Es muy posible
que sin un público que les llevase en volandas, los futbolistas de Liverpool no
habrían podido ni remontar ni aguantar la presión de su rival.
El planteamiento inicial del Liverpool era el mismo que le
había llevado a la final: aguantar con fuerza en defensa (en los últimos cuatro
partidos de Champions sólo había encajado un gol), e intentar sorprender con un
juego directo de contrataque, contando con que el Milán llevaría la iniciativa.
La idea no era mala, pero tenía un problema: si encajaban un gol pronto todo el
plan saltaba por los aires.
Y vaya si lo encajaron pronto. No se había cumplido el primer
minuto cuando el gran capitán del Milán, Paolo Maldini, remataba a la red una
falta sacada por Pirlo. El remate es casi desde la frontal, con el pie y
totalmente solo: la defensa “red” ha cantado espectacularmente.
El Liverpool intenta reaccionar, pero ante un equipo tan
fuerte como el Milán, llevar la iniciativa le resulta muy complicado. Intenta
realizar un juego muy directo, buscando suplir la falta de ideas con balones
largos para que Milan Baros los baje cerca del área. El delantero checo lo
intentó todo a lo largo de la final, pero los dos centrales rivales, Stam y
Nesta, le ganaron la partida casi siempre.
En el minuto 22 la cosa se complica más para el Liverpool:
Harry Kewell se lesiona y ha de ser sustituido por el checo Smicer. El Milán ha
tenido dos buenas ocasiones en los últimos minutos: un cabezazo de Crespo que
Luís García ha sacado bajo palos, y un centro de Cafú que Kaká remata fuera. El
media punta brasileño está demostrando ser un jugador muy peligroso, y el
Liverpool no da con la tecla para pararle
Los minutos siguientes ven un gol anulado al Milán por un
fuera de juego muy justito y tres disparos de Luís García desde fuera del área
que no encuentran portería. Dida aún no ha tenido que parar y el juego del
Liverpool sigue falto de ideas, pero está intentando ganar terreno a base de
empuje. Sin embargo, dos mazazos surgidos de las botas de Hernán Crespo hunden
esos tímidos intentos de igualar el choque.
El primero de los goles llega con polémica, puesto que en la
jugada previa Nesta corta con el codo dentro de su área un ataque del
Liverpool. El árbitro del partido, el español Mejuto González, da validez a la
jugada, y esta culmina con un excelente contraataque conducido por Kaká, que la
pone en profundidad a Shevchenko y este la cede a Crespo para que anote el 2-0
en el 38. Las protestas de los “reds” no sirven para nada.
Indignados y aturdidos, los jugadores del Liverpool aún
sufren otro jarro de agua fría cinco minutos más tarde: con un majestuoso pase
en profundidad de Kaká que supera a los
defensas rivales, el brasileño deja solo ante el portero a Hernán Crespo, quien
salva la desesperada salida de Dudek picando el balón con maestría como muestra
la imagen. Es el 3-0, el mejor gol de la final y el tanto que parece romper
totalmente el partido. El Liverpool no ha creado tres ocasiones claras en toda
la primera parte...
No hay comentarios:
Publicar un comentario