jueves, 23 de mayo de 2013

25-V-2005: CUANDO LOS HÉROES NO CAMINARON SOLOS (I)




Estando tan cerca la celebración de la próxima final de Liga de Campeones, que enfrentará al Bayern de Munich y al Borussia de Dortmund, me parece un buen momento para hacer una entrada de algún partido memorable de esta competición. Rebuscando en mi memoria, y dejando a un lado mis colores, siempre hay un partido que regresa rápido a mis recuerdos: la final del año 2005, que enfrentó a Liverpool y Milán en Estambul. Un partido dramático y emocionante, con desenlace final favorable a los “reds” y con la afición inglesa poniéndole un colorido a las gradas como pocas veces en la historia del fútbol. A todos los implicados en aquel extraordinario encuentro va dedicado este post.

Mentiría si dijera que aquel año el Liverpool era uno de los favoritos a alzarse con la competición. Las apuestas a principio de año daban muchas más opciones al resto de representantes ingleses (Chelsea, Manchester United y Arsenal), y a otros conjuntos como el Real Madrid, Juventus, Barcelona o el propio Milán. Se había clasificado para la Champions como cuarto de la Premier, lejos de los mejores. La plantilla tampoco parecía a la altura de los mejores: únicamente el capitán Steven Gerrard era un jugador de categoría mundial. El resto de jugadores importantes (Carragher, Baros, Hamann, un joven Xabi Alonso, Luís García, Hyypiä…) eran buenos futbolistas pero no formaban un equipo tan potente como el de otras escuadras.

Probablemente su gran arma no se encontraba sobre el césped, sino sentado en el banquillo, y respondía al nombre de Rafael Benítez. El técnico español había desembarcado en Anfield tras ganar 2 Ligas y una copa de la UEFA en tres años con el Valencia, y rápidamente trasladó al Liverpool su sistema de juego, basado en la fortaleza defensiva, la buena preparación física, la eficacia en el contragolpe y la aportación goleadora de los centrocampistas llegando desde segunda fila. Le habían pedido que hiciera un gran Liverpool en 4 ó 5 años; él lo consiguió a la primera.



El AC Milán era la otra cara de la moneda. Se clasificó para aquella edición de la Champions como campeón del Calcio, con un equipo que era una colección de figuras y con un técnico de prestigio, Carlo Ancelotti. Además su trayectoria hasta la final de Estambul fue muy buena: en la fase de grupos había sido primero, por encima del Barcelona, Shakhtark Donetsk y Celtic Glasgow; en octavos había superado al Manchester United, y en cuartos se había impuesto con solvencia a su gran rival, el Inter. Únicamente el PSV Eindhoven le puso en dificultades en semifinales, pero un gol de Ambrosini cuando la eliminatoria estaba igualada a dos aseguró el pase a los “rossoneros”.


El Liverpool no mostró tanta solvencia para llegar a Estambul. Ni siquiera en la ronda previa, en la que superó al Grazer austriaco por un corto 2-1. En la fase de grupos, se clasificó segundo, por delante de Olympiacos y Deportivo de la Coruña, y superado por el Mónaco. Sin embargo, su pase a octavos fue cualquier cosa menos fácil: el último partido lo jugó a vida o muerte, contra un Olympiacos al que tenía que vencer por un marcador igual o mejor que el 1-0. Los griegos anotaron primero, y los “reds” necesitaron una heroica remontada, con goles de Neil Mellor y Steven Gerrard en los últimos minutos, para lograr imponerse por 3-1 y clasificarse.

En las rondas eliminatorias, el Liverpool superó con claridad al Bayer Leverkusen (6-2 en el global) y dio la primera sorpresa en cuartos, al ganar 2-1 a la Juventus en Anfield y aguantar el 0-0 en delle Alpi. En semifinales se produjo otra sorpresa aún mayor, al eliminar al poderoso Chelsea de Abramovich, que se había gastado una millonada  para intentar conquistar una Champions que aún se le resistiría 7 años más. La eliminatoria tuvo más de duelo táctico entre Benítez y Mourinho que de calidad futbolística, y se decidió con un único gol en 180 minutos, obra del delantero Luis García (gol con polémica, como podéis ver en el vídeo).




La final se disputó el 25 de mayo, y para ambos equipos era la única opción de sumar un título de nivel aquella temporada. Para la prensa, el favorito era el Milán: el mayor prestigio de su plantilla y el título que había conseguido dos años antes hacían que, a ojos de casi todo el mundo, estuviera un peldaño por encima de su rival. No obstante, no podía descartarse totalmente al Liverpool, pues ya había demostrado ante el Chelsea que podía tumbar a cualquiera.

Como es habitual, ninguno de los dos técnicos quiso desvelar la alineación que saltaría al campo hasta el mismo día del partido. Ancelotti sacó a lo mejor de su constelación: Dida en la portería; Cafú, Stam, Nesta y Maldini en la defensa; el mediocampo fue para Gatusso, Seedorf, Pirlo y Kaká; y Shevchenko (Balón de Oro pocos meses antes) y Hernán Crespo formaban la delantera. Por si fuera poco, en el banquillo había jugadores que poco tenían que envidiar a los titulares, como Serginho, Tomasson y, muy especialmente, Pippo Inzaghi y Rui Costa.



Rafa Benítez, por su parte, sacó de inicio a Dudek, Finnan, Hyypiä, Carragher, Traoré, Xabi Alonso, Riise, Gerrard, Harry Kewell, Luís García y Baros. La alineación despertaba ciertas suspicacias: el portero Jerzy Dudek era un más que posible transferible para el año siguiente; Baros llevaba algún tiempo reñido con el gol; el australiano Kewell había estado lesionado buena parte de la temporada; y Traoré, el lateral izquierdo, era un futbolista de indudable fortaleza y entrega, pero con evidentes y preocupantes carencias técnicas (un híbrido entre Roque Junior y Winston Bogarde, para entendernos).

El Liverpool, eso sí, contó con un extraordinario jugador número 12: su afición. Los hinchas nunca le volvieron la espalda a su equipo, ni cuando la final parecía totalmente perdida. Se vinieron arriba a la mínima ocasión, e hicieron resonar repetidamente el mundialmente famoso “You’ll never walk alone”. Cumplieron con ello literalmente: nunca les dejaron solos, convirtiéndose en un importantísimo apoyo para los jugadores. Es muy posible que sin un público que les llevase en volandas, los futbolistas de Liverpool no habrían podido ni remontar ni aguantar la presión de su rival.



El planteamiento inicial del Liverpool era el mismo que le había llevado a la final: aguantar con fuerza en defensa (en los últimos cuatro partidos de Champions sólo había encajado un gol), e intentar sorprender con un juego directo de contrataque, contando con que el Milán llevaría la iniciativa. La idea no era mala, pero tenía un problema: si encajaban un gol pronto todo el plan saltaba por los aires.

Y vaya si lo encajaron pronto. No se había cumplido el primer minuto cuando el gran capitán del Milán, Paolo Maldini, remataba a la red una falta sacada por Pirlo. El remate es casi desde la frontal, con el pie y totalmente solo: la defensa “red” ha cantado espectacularmente.



El Liverpool intenta reaccionar, pero ante un equipo tan fuerte como el Milán, llevar la iniciativa le resulta muy complicado. Intenta realizar un juego muy directo, buscando suplir la falta de ideas con balones largos para que Milan Baros los baje cerca del área. El delantero checo lo intentó todo a lo largo de la final, pero los dos centrales rivales, Stam y Nesta, le ganaron la partida casi siempre.

En el minuto 22 la cosa se complica más para el Liverpool: Harry Kewell se lesiona y ha de ser sustituido por el checo Smicer. El Milán ha tenido dos buenas ocasiones en los últimos minutos: un cabezazo de Crespo que Luís García ha sacado bajo palos, y un centro de Cafú que Kaká remata fuera. El media punta brasileño está demostrando ser un jugador muy peligroso, y el Liverpool no da con la tecla para pararle
Los minutos siguientes ven un gol anulado al Milán por un fuera de juego muy justito y tres disparos de Luís García desde fuera del área que no encuentran portería. Dida aún no ha tenido que parar y el juego del Liverpool sigue falto de ideas, pero está intentando ganar terreno a base de empuje. Sin embargo, dos mazazos surgidos de las botas de Hernán Crespo hunden esos tímidos intentos de igualar el choque.



El primero de los goles llega con polémica, puesto que en la jugada previa Nesta corta con el codo dentro de su área un ataque del Liverpool. El árbitro del partido, el español Mejuto González, da validez a la jugada, y esta culmina con un excelente contraataque conducido por Kaká, que la pone en profundidad a Shevchenko y este la cede a Crespo para que anote el 2-0 en el 38. Las protestas de los “reds” no sirven para nada.

Indignados y aturdidos, los jugadores del Liverpool aún sufren otro jarro de agua fría cinco minutos más tarde: con un majestuoso pase en profundidad de Kaká  que supera a los defensas rivales, el brasileño deja solo ante el portero a Hernán Crespo, quien salva la desesperada salida de Dudek picando el balón con maestría como muestra la imagen. Es el 3-0, el mejor gol de la final y el tanto que parece romper totalmente el partido. El Liverpool no ha creado tres ocasiones claras en toda la primera parte...


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