Todos sabemos que en muchas ocasiones la política y los políticos intentan o han intentado poner al deporte a su servicio, aprovechando las pasiones e ilusiones que despierta entre las personas. No siempre es con fines negativos: el famoso mundial de rugby de Sudáfrica de 1995, y el uso que hizo de él Nelson Mandela para unir a un país dividido por cuestiones raciales, es un gran ejemplo de como un acontecimiento deportivo puede tener un maravilloso impacto en una sociedad. Otras veces la manipulación interesada es tan plana y poco imaginativa que más que rabia despierta resignación e ironía; las múltiples fotos que intentan hacerse los políticos de este país con deportistas antes o después de grandes eventos son una buena muestra.
El mundial de rugby de 1995 simboliza todos los valores positivos que el deporte puede aportar
Sin embargo, hay veces que esa injerencia de la política en el deporte traspasa los límites de lo ético o de lo superficial para convertirse en una auténtica amenaza, no sólo para el desarrollo de la competición sino para la propia vida de los deportistas. El partido que vamos a analizar hoy, la final del mundial de 1938 que enfrentó a Italia y Hungría, representa perfectamente esa injerencia, que en este caso puede resumirse en tres palabras: "Vencer o morir".
Los jugadores italianos celebran el triunfo en la final del mundial. Les iba la vida en ello
Lo cierto es que los años 30 no era una época fácil para ser futbolista en determinados países europeos. Bueno, ni para ser futbolista ni para ser casi nada. La democracia se rompía en el continente: en la Unión Soviética se había impuesto una dictadura comunista controlada por Stalin con puño de hierro a base de purgas y gulags; en Alemania e Italia el fascismo había extendido sus redes hasta controlar todos los aspectos de la vida y liquidando (literalmente) cualquier tipo de voz alternativa que pudiera surgir en sus sociedades; y España se desangraba en una guerra civil que sería el preludio de la terrible contienda que asolaría el mundo muy poco tiempo después.
En medio de este complicado panorama, los dictadores de la época intuyeron el jugoso papel propagandístico que podían tener el deporte en general y el fútbol en particular. Y se pusieron manos a la obra para aprovecharlo. El mundial de Italia 34 y los Juegos Olímpicos de Berlín en el 36 son dos buenos ejemplos de como las potencias fascistas intentaron venderse al mundo y proclamar las bonanzas y la superioridad del fascismo frente a la (presunta) debilidad de las democracias. Y después de los éxitos obtenidos a nivel futbolístico (campéon del mundo en su mundial y campeón olímpico dos años más tarde), el dictador italiano Benito Mussolini no iba a consentir que la racha se rompiera.
Por ello, el día que se jugaba la final del mundial del 38, el seleccionador Vittorio Pozzo y sus futbolistas (esa magnífica generación de los Piola, Colaussi, Rava, Ferrari y Meazza de la que hablé hace unos días por su partido de semifinales contra Brasil) recibieron un telegrama de su "Duce". No eran palabras de ánimo, ni un mensaje reconfortante. Sólo esas tres palabras ya mencionadas en él, dejando muy claro que para los jugadores sólo había dos caminos: la victoria o el castigo. Seguramente si ese telegrama lo hubieran escrito Mariano Rajoy o Rodríguez Zapatero a los jugadores españoles aún nos estaríamos riendo de la charlotada. Pero cuando ese mensaje te lo manda un dictador fascista capaz de cualquier cosa el asunto es bastante más serio.
Vittorio Pozzo, seleccionador italiano. Él también fue amenazado por "il Duce"
Seguramente parte de esa necesidad de "motivar" a sus chicos le venía a Mussollini por culpa del buen nivel que estaba mostrando la selección húngara en aquel torneo. Los magiares habían ganado sus tres partidos con un total de 13 goles a favor y uno sólo en contra, eliminando a Antillas Holandesas por 6-0 en octavos, a Suiza por 2-0 en cuartos y obteniendo un magnífico 5-1 en semifinales ante Suecia. Su defensa era sólida, su capacidad goleadora estaba fuera de toda duda y contaba con algunas figuras de nivel: en el centro del campo, destacaba el creativo medio Ferenc Sas; en la delantera Szengellér y Titkos se habían reivindicado como peligrosos atacantes; y por encima de todos ellos, la figura de su emblemático capitán Gyorgy Sarosi, un jugador todoterreno de exrtraordinaria capacidad goleadora que en aquel mundial encandiló como delantero pero que podía jugar perfectamente en la defensa y como centrocampista.
Sárosi, leyenda del fútbol húngaro y estrella de aquel equipo
Desconozco si fue por el telegrama, o si realmente era el plan inicial, pero hay una cosa que nadie que haya oido hablar de aquel encuentro puede discutir: Italia salió al ataque. Los "azzurri" dejaron de lado la practicidad con la que habían jugado contra los brasileños y desde el principio fueron a por el partido, frente a una selección húngara que, según las crónicas, jugó algo por debajo de lo esperado. La ofensividad italiana y la necesidad de remontar que acompañó a los magiares durante buena parte del partido desemobocaron en un encuentro muy entretenido y con múltiples goles.
Los más de 65.000 espectadores que se dieron cita aquel día en el Olympique de Colombes de París cantaron el primer gol muy pronto, a los 6 minutos: un contraataque llevado por el joven Biavati acaba con pase a Piola, quien desvía el balón para que el extremo de la Triestina Colaussi remache a la red. Italia, que ya había tenido alguna ocasión previa, se adelantaba en el marcador.
No obstante, el poderío ofensivo húngaro aparece y no deja a los italianos tiempo para hacerse ilusiones: el delantero del MTK Budapest Pál Titkos va a ser el encargado de batir a Olivieri con un disparo cercano tras asistencia de Vincze. Es el minuto 8 y ya estamos 1-1 en el marcador, algo casi insólito en la historia de los mundiales. Italia debe seguir tomando la iniciativa si quiere ganar el partido, Italia debe seguir tomando la inciativa si no quiere despertar la ira de Mussolini. Y lo hace.
Los italianos hacen el saludo fascista antes del partido. Cualquiera se negaba...
El resto de la primera parte tiene a la escuadra "azzurra" como clara dominadora, consiguiendo dos goles más. El 2-1 se produce en el minuto 16, como resultado de una magnífica jugada colectiva en la que Meazza asiste a Silvio Piola (muy activo desde el principio del partido), que fusila al portero rival. En medio del buen fútbol italiano, los transalpinos aumentan su ventaja antes del descanso: vuelve a ser Colaussi quien tras recibir un nuevo pase en profundidad de Giuseppe Meazza conduce el balón hasta las inmediaciones de la portería contraria y marca de fuerte disparo con la izquierda.
Con dos goles de ventaja, Italia sigue atacando y tiene un par de buenas ocasiones en las botas de Piola, pero en la primera el balón se marcha fuera y en la segunda el guardameta Szabo evita el tanto. El portero del MTK Budapest ha realizado ya varias paradas de mérito, impidiendo que la diferencia al descanso sea más abultada. Aún así, visto el primer tiempo y con 3-1 en el marcador, parece muy poco probable una remontada de Hungría.
El extremo Colaussi anota el tercer gol en el mínuto 35. La final cogía aroma italiano
Los magiares, no obstante, no se rinden en el segundo tiempo. Adelantan líneas y presionan con más ahinco, intentando remontar. Su dominio territorial es mayor y tienen más ocasiones que los italianos, quienes se han replegado e intentar crear más peligro a la contra, teniendo una ocasión clave en el minuto 58 que Biavati estrelló en el palo. El posible cuarto gol no sube al marcador, pero sí subirá el segundo de Hungría en el 69: entrando en carrera y desde cerca de la portería, el capitan Sarosi fusila al arquero italiano, reduciendo las diferencias entre los equipos.
Pero aquella final era de Italia. Les iba demasiado en ello como para dejarse remontar, y apretaron para conseguir un nuevo tanto que les diera la tranquilidad definitiva. Y lo consiguieron, por medio de su gran goleador en este mundial, Silvio Piola. El delantero de la Lazio, que fue quien inició la jugada, remató de primeras desde el punto del penalti un pase atrás de su compañero Biavati para poner el 4-2 final y permitir respirar tranquilos a todos los italianos (y especialmente a los jugadores y sus familias). Cuando el árbitro francés Capdeville pitó el final del encuentro, la euforia se despertó entre los seguidores de la "azzurra", que acababan de conseguir una proeza aún no repetida: ganar dos mundiales seguidos y el oro olímpico en los Juegos celebrados entre ambos.
El histórico capitán italiano Giuseppe Meazza recoge la copa de manos de Albert Lebrun, presidente francés
Las muestras de júbilo de los italianos contrastaba con la decepción de los húngaros, los cuales no eran ajenos a la amenaza con la que habían saltado al césped sus rivales. Tiempo después Antal Szabo, portero de Hungría, hizo las siguientes manifestaciones: "Nunca me sentí tan feliz tras perder un partido. Con los cuatro goles que me hicieron salvé la vida de once seres humanos". Ante palabras como estas, es inevitable plantearse si los húngaros hicieron un favor a sus rivales o si realmente intentaron ganar el partido. En principio podríamos pensar que no, dado que es innegable que los húngaros lucharon y que el propio Szabo realizó paradas de verdadero mérito a lo largo del encuentro. No obstante, me atrevería a decir que semejante situación tuvo que afectar, aunque fuera escasamente o en momentos puntuales, a la mentalidad de un equipo húngaro que había ido a Francia a jugar al fútbol, no a ser jueces/verdugos de sus rivales.
Italia tuvo su segundo mundial, y Mussolini un nuevo éxito deportivo del que vanagloriarse. Obviamente, ningún jugador de aquella Italia fue juzgado ni condenado, sino que se convirtieron (algunos por segunda vez) en héroes nacionales. Su técnico, Vittorio Pozzo, fue agasajado por el régimen y mantuvo su cargo diez años más, despidiéndose del banquillo de la "azzurra" en 1948, sin haber podido defender su título de campeón en 1942 por el estallido de la Segunda Guerra Mundial (lo hizo en 1950, con un equipo totalmente transformado y fracasando en primera fase). En la versión oficial del régimen, el famoso telegrama nunca existió, y Pozzo murió sin haber reconocido públicamente la amenaza recibida.
FICHA TÉCNICA DEL PARTIDO
ITALIA: Olivieri, Foni, Rava, Serantoni, Andreolo, Locatelli, Biavati, Meazza, Piola, Ferrari, Colaussi.
HUNGRÍA: Szabo, Polgár, Bíró, Szalai, Szücs, Lazár, Sas, Vincze, Sárosi, Zsengellér y Titkos.
GOLES: 1-O Colaussi (6'); 1-1 Titkos (8'); 2-1 Piola (16'); 3-1 Colaussi (35'); 3-2 Sárosi (69'); 4-2 Piola (82').
ESTADIO: Olympique de Colombes (París, Francia).
ÁRBITRO: Capdeville (Francia).
TAMBIÉN PASÓ UN 19 DE JUNIO
SUECIA 1958: Brasil se imponía con sufrimiento a País de Gales en los cuartos de final por 1-0. ¿El goleador? Un tal Edson Arantes do Nascimento, Pelé. Fue el primer tanto conseguido por el astro brasileño en un mundial.
ALEMANIA 1974: La inolvidable Polonia de los Tomazewsi, Deyna, Zmuda, Lato, Szamarch y compañía se imponía por un contundente 7-0 a la selección de Haití, en la primera fase de grupos del mundial. Szamarch en tres ocasiones, Lato en dos, Deyna y Gorgon fueron los autores de los tantos.